domingo, 28 de febrero de 2016

Orden de la Crisis del Orden…@sladogna

                         



Escribo este texto sobre la base, es decir, fusilando un texto Valor de uso de la crisis  escrito por Diego Sztulwark, quien le dedico el mismo “a Claudia Chávez…in memorian” (ver: http://anarquiacoronada.blogspot.com.ar/2016/02/valor-de-uso-de-la-crisis-diego_28.html).

Por qué razón o razones continuar, desplegar, fisurar, ampliar ese texto, en principio solo tengo una. En mi experiencia como analista que recibe analizantes que se quieren analizar por variados y distintos motivos, ,suele aparece en determinados momentos la siguiente situación: La analizante está en condiciones de tomar una decisión acorde con su deseo, trata de realizar su deseo, los deseos están para  realizarse. 
En ese momento suele ocurrir algo como esto “Si sigo adelante con mi separación todo se va a la chingada”;” lo que hemos construido se desplomará ante un caos”. En otra situación subjetiva un analizante considera que ya no soporta vivir en el closet, le queda pequeño, lo molesta, ha decidido realizar su deseo salir del closet, entonces “Carajo, esto va a ser un caos en mi casa, en mi familia, en mi carrera, en todo…” En cada una de esas situaciones y en sus diversas formas de presentarse esta el horizonte de una opción dual: Orden sin deseo o deseo con caos, Esa formulación genera situación de inhibición, de angustia, provoca síntomas al poder realizarse el deseo.

El deseo es aquello que genera una orden vivible construido por aquella, por aquel que son los portadores de un deseo que les pertenece. El deseo no es contrario al orden, solo se opone al orden que proviene de las diversas figuras obscenas de un poder que está dentro de nuestro y que está fuera nuestro, no es de aquí no es de allá, solo está en nuestra vidas. Allí el orden se impone anunciando una crisis: si se realiza tal o cual acción que modifique la vida cotidiana o que trastoque la vida social compartida, allí aparece el orden bajo la amenaza de un caos que la crisis impondría.

¿Qué es la crisis? ¿Qué efectos tiene su anuncio?

La crisis es una fuerza del Orden, ni más ni menos, una fuerza que no es individual no es social sino todo lo contrario. Ella opera en nuestros cuerpos en consonancia con el alimento de ese cuerpo: las consignas de una crisis que viene promulgada y anunciada desde afuera, por ejemplo, los medios masivos que anuncian las atroces crisis de la ”moral” de la “familia”, de la “economía”, e incluso las crisis que anuncian a cada rato los políticos, AMLO no deja de anunciar crisis, aquí, allá y acullá. Claro no está solo, las clases políticas iniciando por el PRI lo acompañan y lo…alientan.

El lic.Peña Nieto con sus barbaridades es la Cultura. De otro modo, no habría razones para ocuparse de él. ¿Cuál  Cultura? La que da sentido al Orden  y que implica la instauración de un código funcional adaptativo, un modo de procesamiento colectivo de adecuación activa a la Normalidad. Este juego no se organiza a partir de una referencia a cualquier otro orden alternativo, sino que se da como una dialéctica cerrada en torno a la Crisis, se trata de indicar que si cambiamos algo del pasado entonces entraremos en un caos sin orden, sin el orden del pasado.  

El empleo productivo que el Orden hace de la Crisis: la presencia de la crisis funciona como un momento constituyente del Orden. De la inminencia de la crisis extrae el Orden su legitimidad. Una legitimidad que no se restringe a la de los poderes ejecutivos de los estados, sino que se extiende sobre un espacio postnacional determinado por redes y dispositivos de “gobierno”. El Orden es el gobierno de la logística. De la comunicación. De las estructuras que capturan y organizan la movilización de la vida.

La crisis como palabra de Orden es el reverso perfecto de la Cultura como adecuación. En la experiencia del análisis suele suceder que alguien busca hacer esa experiencia para re-establecer el roden anterior a su crisis, pues sostiene, que en ese tiempo pasado “vivía mejor”, pese a ello busca un análisis que no es una máquina para hacer regresar el tiempo hacia un momento que fue calificado de feliz. Si ese momento fue feliz ¿Cómo es que el analizante se encuentra en crisis?

El territorio político-cultural trabaja como elaboración de un código capaz de volver todas las parcelas del campo social compatibles entre sí y con el comando que crea el código.. Se trata de hacernos crer que existe “la sociedad como un todo”; el movimiento social, lo llamado social no es la sociedad. La sociedad no existe, es solo una palabra de orden y de crisis. El éxito del sistema es la redundancia. Junto a una  férrea violencia excluyente. Hay una relación directamente proporcional entre el esfuerzo invertido en ofrecer un código de compatibilización -que permita a cualquiera adaptarse al Orden- y la expectativa de desbrozar el espacio de la conectividad de todo obstáculo, de cualquier trayecto vital que introduzca opacidad o preguntas respecto del sistema. El Orden con su Crisis requiere una Cultura donde nadie interrogue el sistema en que vive.

En la Cultura del Orden las instancias de producción de ese código provienen del mundo del marketing, de las finanzas y las empresas.  Su lenguaje es el de los “equipos” dedicados día y noche a la “gestión”, a la “modernización” y a la continua promesa de “normalidad”. Sus tecnologías resultan cada vez más penetrantes: no es sólo la sofisticación encuestológica y los Focus Group, sino también toda una avanzada de especialistas portadores de un conocimiento digital, comunicacional, de cientistas de la imagen y de las redes sociales. Uno de los indicadores más nítidos de normalización política en curso es el hecho mismo de que los estudios de mercado sean los principales proveedores de saberes y esquemas de comprensión de lo social. La lucha del Orden por instalar una Crisis que conlleve Orden en las redes es para alimentar sus fuentes de saber y conocimiento de los usuarios para…tratar de ponerlo en orden.

La racionalidad del paradigma de gobierno propio del Orden no recae, en última instancia, en los políticos –el sistema no es tonto sabe que a ellos no se les puede confiar nada serio- sino en una amplia trama de operadores culturales capaces de ofrecer una interface viva entre el mundo de los mercados financieros (de su heroica tentativa por ofrecer marcos de inteligibilidad y de estabilidad a unas operatorias a futuro dominadas por la incertidumbre) y los modos de vida. Recordemos que la economía es una ciencia sin orden, es una ciencia sin Dios donde gobierna el principio de la incertidumbre disfrazado como inversiones seguras. Lo Cultural busca, en la traducción entre vida y finanzas, modos de sostener la promesa de previsibilidad y hasta de seguridad: propone un estado de ánimo y un modo amigable de asumir el estado “en riesgo”.  Gobierno de la crisis y coaching ontológico.

Desde el punto de vista de las políticas locales, el macrismo en Argentina y aunque parece mentira el PRI con Peña Nieto se muestran hoy como vencedores en este juego. En ocasiones se tiene un traspié fuera de cálculo como el ocurrido con el “gober grasoso de” Verácruz. El Orden alardea de haber sustituido al populismos en la tarea de ofrecer mediaciones para gobernar la crisis. Retomó, de modo ultra reaccionario, la idea según la cual no hay orden posible sin negativizar las subjetividades de la crisis. El Orden y la Crisis victoriosa de Peña Nieto –y próxima extensión al sur del continente- fue instalar una consigna del orden global: “seguridad” y “narcotráfico”.

Con estilo gerencial, los gobiernos se dan el lujo de licenciar –sin reconocimiento y no sin violencia– a aquella parte del andamiaje del viejo Estado Benefactor: Pemez, IMSS, Isste, Educación Pública, etcétera…. Es su forma de combatir la “politización” del Estado. Esa parte ya no corresponde a este nuevo período. Su liquidación pública real permite la transición a una nueva disposición subjetiva en la que domina la confianza plena en los dispositivos del mundo de los mercados, en su eficacia integradora, en su mecánica a la vez fluida y jerarquizante de la organizar lo social.  Pues esos dispositivos ya funcionan en cada uno de los ciudadanos, incluidos aquellos que dicen no emplearlo y/o estar al margen de ellos, su fuerza performativa no conoce límites voluntarios.

Eterno retorno

Convocado como su reverso dramático por el Orden, “LA” Crisis no deja de volver. Y no dejará de hacerlo mientras la crisis siga siendo invocada como fundamento, imagen a conjurar, base sobre la cual suscitar el miedo y, con él, la fuga hacia el Orden. En el momento en que el orden tambalee, vacile, la crisis estará irremediablemente allí, como grado cero del orden. Sólo que vendrá ya negativizada: ¿conservará la crisis así tratada algún poder insurreccional?  Es el riesgo que corre el Orden al manipular la Crisis como su fundamento. De todas los momentos de Crisis real –desempleo, inestabilidad de precios, etcétera – no suelen disparar insurrecciones.

De allí la difícil relación entre crisis y resistencia. Del lado de la llamada resistencia, el problema consiste en cómo evitar el abrazo al orden, presente en el temor a la crisis. Y desde el punto de vista de la crisis misma, ¿no es evidente que la imagen que podemos hacernos hoy de la insurrección ya no se ajusta en nada atrás, como la gesta de la revolución mexicana o 1968 con el fuerte contenido comunitario de muchos de sus protagonistas?

Parece que el problema, la encerrona que enfrentamos, al fin y al cabo, es la falta de toda imagen positiva de la Crisis. Tal el éxito, la penetración alcanzada por el Orden. Parece que no pudiéramos ya imaginar la afirmación de la crisis, sino como triunfo mortífero del Caos. Como si no alcanzáramos a adoptar un punto de vista que no fuera ya el del Control. Tal es la fuerza de adherencia del Orden: su capacidad para privatizar y neutralizar todo desafío. Se trata quizás de tomar la cris s por su reverso, y tomar nota de que el Estado Benefactor está en una crisis terminal que conduce al caos y que quizás, los pliegues del neoliberalismo al suspender ese Estado paternal o populista abre horizonte para una creatividad insospechada
Al margen, la peor herencia de las rebeldías previas es la estereotipización de las organizaciones sociales y las militancias autónomas. También estas imágenes trabajan para el Orden.

Precursores oscuros

A Nietzsche le gustaba la idea del precursor. En un célebre y emocionado pasaje de su obra narra lo que sintió cuando descubrió en Spinoza un “precursor”. Ya no la soledad, o en todo caso ahora, ¡una soledad de dos! No es Borges enseñándonos a inventar desde el presente nuestra propia tradición, a elegir nuestros legítimos predecesores. Lo que Nietzsche siente es el impacto que en el presente autoriza a seguir su curso, hasta entonces algo confuso o inhibido. Un curso aún no autorizado.

Contra el actual operador cultural, coaching ontológico -maestro en la serena adecuación-, el precursor de Nietzsche reúne en el presente las fuerzas para lanzar el desafío. Descubre en el pasado hasta entonces inexplorado el apoyo que precisaba, un antecedente que viene a confirmar lo que León Rozitchner decía haber aprendido de joven de Paul Valéry: que hay que ser arbitrario para crear cualquier cosa. O quizás se trata de una propuesta más precisa: sin seguir a los árbitros, ni a lo arbitrario es posible crear algo nuevo que no requiere de la vieja arbitrariedad.

Los precursores avanzan en la pura opacidad, donde aún no hay senderos delimitados. Son oscuros aún si anticipan una nueva luz, sin la cual no llegaríamos nunca a visibilizar la materia de los posibles que en ella convergen.  Anuncian una luz que aún no les es propia. Su tiempo es intempestivo, como la declinación (clinamen) de un átomo, un desvío que aparece justo antes del relámpago que ilumina al cielo seguido por el trueno. Los precursores operan en diferentes series sin pertenecer del todo a ninguna de ellas.

Tampoco deberíamos olvidar con facilidad los precursores insurrectos que a lo largo de las últimas décadas han creado vasos comunicantes entre las subjetividades de la crisis. ¿O no hay un clinamen inesperado en el momento en que aquellxos de los que se espera que actúen como víctimas reclamando derechos (familiares de desaparecidos; los “sin” trabajo o “sin” techo, los “sin” patrón) actúan creando contrapoderes efectivos?

Un punto de vista que busca en la crisis no el mero negativo despotenciado a partir del cual se crea orden sino la emergencia, en roce con el caos, de una nueva razón (¿política?). Desplegar este punto de vista podría ser, aún hoy, la mejor parte de la herencia de movimientos insurrectos previos.


Mientras tanto el precursor oscuro que no apaga su fuego en la adecuación al código de Orden aparece como una suerte de ética (una ética a su modo más política que la política misma): vivir sabiendo que no somos seguidores de ningún curso nuevo, admitir que ningún camino novedoso se ha desencadenado con la potencia esperada y, al mismo tiempo, rechazar la adecuación al orden que se nos propone, como si cada uno de nosotrxs fuese por su cuenta –aunque no necesariamente de modo aislado- el oscuro precursor de un saber posible que alguien necesita, para quien nuestra resistencia pueda ser, en efecto, anticipación salvadora. La fuerza que hoy no tenemos sería entonces, también, la fuerza que a pesar de todo se forja oscuramente en una reunión que aún no sabemos entender bien. Un modo de no renunciar a esa cita.  Quedaría entonces flotando en el aire que cada quien respira la pregunta que en su hermoso libro, Hijos de la noche, formula Santiago López Petit: ¿Cómo hacer para recrear a nivel colectivo lo que en la vida asumimos como desafío?


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