viernes, 15 de enero de 2016

Neoliberalismo: estudia y captura las formas de vida y resistencia @sladogna

El doble pliegue neoliberal

El libro parte de una doble hipótesis. Por un lado, el neoliberalismo no es un proceso que pueda quedarse fijado en el pasado. Por otro lado, no puede pensarse sólo como una dinámica “por arriba”. Así, uno de los primeros lugares comunes que se ponen en cuestión en el texto es la idea actual de que estamos ante un “post-neoliberalismo latinoamericano”, por más que la “secuencia continental” de “gobiernos progresistas” haya producido un giro respecto de las gestiones anteriores, que ejecutaron en el continente, con punto y coma, la gran ofensiva conservadora que se produjo a nivel mundial durante los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI.

Gago plantea que el neoliberalismo “no se deja comprender si  no se tiene en cuenta cómo ha captado, suscitado e interpretado las formas de vida, las artes de hacer, las tácticas de resistencia y los modos de habitar populares que lo han combatido, lo han transformado, lo han aprovechado y lo han sufrido”. Como fase del capitalismo (y no mero matiz), el “neoliberalismo por arriba” da cuenta de una modificación del régimen global de acumulación. Pero también, “por abajo”, el neoliberalismo ha reorganizado los modos de vida populares, instalando una nueva racionalidad y afectividad colectiva, que Gago se plantea analizar detalladamente, combatiendo la mirada moralizadora y moralizante que suele tenerse sobre las “tramas populares” que, según la autora, se enfrentan a lógicas desposesivas, extractivas y expulsivas cada vez más veloces y violentas.

De este modo, el libro es a la vez un “estudio de caso” –como suele decirse en la jerga académica– de una serie de fenómenos que se produjeron en Argentina, en la ciudad de Buenos Aires y sus bordes: la villa 1-11-14, la feria La Salada, los talleres clandestinos de producción textil (integrados mayoritariamente por migrantes de países vecinos) y también una serie de reflexiones en torno a los cambios producidos en la fisonomía y la subjetividad de los sectores populares latinoamericanos. La investigación recorre entonces un camino que entrecruza un andamiaje centrado en las perspectivas de Karl Marx y Michel Foucault, con los saldos que han dejado las rebeliones contra el neoliberalismo que se expandieron por la región hace apenas unos años.

Para pensar el “neoliberalismo por arriba”, la autora se centra endesarmar las explicaciones corrientes al respecto: que es un fenómeno macropolítico diseñado por los centros de poder imperialistas y que las políticas macro-estatales nacionales de Sudamérica lo han superado.  Para pensar el “neoliberalismo desde abajo”, Gago parte de lo que denomina una “pragmática vitalista”, que busca escapar de las miradas victimistas para reponer un contexto en el que autonomía y obediencia (invención resistente y democrática versus explotación y subordinación) se disputan, palmo a palmo, la interpretación y la apropiación de las condiciones neoliberales.

¿Cómo ves esta especie de “mundos paralelos” en los que se desarrollan los movimientos sociales y las dinámicas populares de lo que llamás una “microeconomía proletaria” y el proletariado más tradicional?

Creo que la perspectiva marxiana aparece desde un punto muy concreto: ¿cómo se organiza la explotación hoy? Y esa pregunta atraviesa espacios donde lo formal e informal se combinan como segmentos que –y este es nuestro desafío– nos exigen trazar los vínculos, mapear sus discontinuidades pero también sus problemas comunes. Hoy la división entre legal e ilegal, formal e informal, se constituye como una cuestión de fronteras regulada, en muchos casos, por fuerzas policiales y parapoliciales que son parte fundamental del armado de negocios en los territorios y de disputa por quién manda, lo cual se articula con empresas transnacionales y espacios de trabajo extremadamente intensos y precarios. Uso el término “microeconomías proletarias” para enfatizar que hablamos de trabajadores y no de víctimas y excluidos. La cuestión es que estas microeconomías proletarias, creo, son un prisma privilegiado para ver cómo en concreto el trabajo se ve fuertemente cuestionado algunos de sus pilares clásicos –salario, estabilidad, sindicatos, etc.– y, al mismo tiempo, cómo la relación capital-trabajo sigue siendo eficaz para apropiarse e incorporar las innovaciones sociales. El punto interesante, en particular desde América latina, es que el ritmo político de estas innovaciones viene de abajo. Lo cual implica una dinámica de resistencias, disrupciones y conflictividades que ponen permanentemente en tensión, disputa y antagonismo la apropiación de la riqueza social.

Tengo la sensación de que, así como hubo un ciclo político que en América Latina tuvo su eje en los movimiento sociales y luego otro de los gobiernos progresista o populares, estamos a las puertas de un nuevo ciclo, donde las experiencias de Estado muestran sus límites, así como los mostraron las dinámicas más de “resistencia” (destituyentes de los “malos gobiernos” e instituyentes de otras lógicas políticas).

Con varias compañeras y compañeros del Instituto de Investigación y Experimentación Política tenemos la misma intuición. Por un lado, porque vemos el despliegue de lo que llamamos una “nueva conflictividad social” que suma actores, dinámicas y niveles de enfrentamiento que marcan otro umbral de violencia y disputa respecto al momento de auge de los movimientos sociales, tal como los conocimos hace una larga década. Esto tiene que ver con los modos en que se articulan el agronegocio, el narcomenudeo, la especulación inmobiliaria y las variadas formas de neo-extractivismo que atraviesan la región. Este conjunto de formas muy violentas de valorización capitalista obliga a enfrentar de modos inéditos la naturaleza extractiva de los procesos de acumulación. Estas tramas, a su vez, desbordan tanto el imaginario y la retórica “neo-desarrollista”, al mismo tiempo que la sumergen en conexiones mucho más complejas con la persistencia del neoliberalismo y con los modos en que la presencia misma de lo popular sigue siendo una fuerza en la escena política. El desafío es cómo pensar y enfrentar esta conflictividad sin una perspectiva abstracta o moralista, qué inteligencia política colectiva puede crear intervenciones, nuevas formas organizativas e incluso derechos a la altura de este presente.


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