martes, 17 de julio de 2012

(Opinión) En busca del Buen Perdedor


Por Martín Velez | Zoom95

Sin duda la democracia mexicana, de algún modo hay que llamar a eso, necesita elevar la calidad de sus perdedores. Se requieren perdedores que acepten, sin chistar, los resultados que muestren las instituciones electorales que tanto nos han costado, en dinero, en tiempo, y hasta en vidas.

Es de suponer que en Suiza, por ejemplo, quien pierde en un proceso electoral se tarda unos cinco minutos en reconocer su derrota, otros cinco minutos en felicitar públicamente a su rival vencedor,  y otros cinco para llamarlo con el fin de felicitarlo en privado. Nada de eso sucede en ésta nuestra democracia en vías de subdesarrollo. Esa es una verdadera desgracia y un lastre para nuestro acelerado subdesarrollo. Hasta deberíamos pensar en importar a los perdedores de Suiza, o Dinamarca.  (Debe recordarse el caso de las elecciones de Michoacán, en las que Felipe Calderón, hermano de una tal “Cocoa”, candidata panista perdedora, tardó algo así como cuarenta días en reconocer la derrota de su hermana, y felicitar al candidato ganador; no sin antes echarle la culpa al narco, no a los electores, por la noche triste la verdadera Familia Michoacana, la de Calderón). Continúa leyendo.


Ante el tribunal electoral, integrado por finísimas e incorruptibles personas, se han presentado infinidad de impugnaciones de todos colores y sabores, aunque los guías espirituales de la opinión pública, que cobran al erario de a medio millón para arriba, han resaltado sólo aquella que presentó López Obrador, el mal perdedor favorito.

No cabe duda de que si tuviéramos buenos perdedores el ganador hoy ya estaría poniéndose de acuerdo con sus patrocinadores para la integración del gabinete. Ya estaría presentando sus propuestas de reformas estructurales: reforma hacendaria (más impuestos a la clase media), reforma laboral (menos prestaciones), reforma energética (más mega transas salinistas), reforma político electoral (más vividores “institucionales”). Ninguna de estas reformas que tanto le urgen a México ha podido plantearse ya porque no tenemos un buen perdedor.

Los cuestionamientos electorales, verdaderos lastres de nuestra democracia, ya duran más de un siglo, antes incluso de que la oposición reclamara a Porfirio Díaz la limpieza de sus contundentes triunfos. Reclamaciones que no duraban mucho, dada la orden porfirista del “Mátenlos en caliente”.  Fue necesario un levantamiento armado para que al mundo le quedara claro que Porfirio Díaz era en realidad un Mal Perdedor, vestido de Buen Ganador por las instituciones de entonces.

En la misma  persona de Porfirio Díaz no estaba claro dónde empezaba el Buen Ganador, y dónde el Mal Perdedor. No estaba claro porque las elecciones no eran libres y auténticas. Un siglo después, tampoco hoy esa frontera está clara. Debe consultarse el libro “Hablan las Actas”, de José Antonio Crespo (experto electoral, de honestidad intelectual incuestionada, antipejista por cierto) para saber que, de la sumatoria de los votos que consignan las actas de casilla publicadas por el IFE en 2006, no se obtiene como resultado que haya triunfado Calderón.

Entonces, sabemos que en 2006 hubo un Mal Perdedor, pero la investigación de Crespo nos lleva a pensar que ese Mal Perdedor fue Felipe Calderón, aunque “aiga sido como aiga sido”, lo hayan disfrazado de Buen Ganador. Por cierto, del mar de expertos electorales que tanto nos cuestan, no ha levantado la voz uno solo para rebatir la contundente conclusión de Crespo, que permanece como verdad no refutada.

Así que tenemos más de un siglo buscando al Buen Perdedor, desde antes de Porfirio hasta Calderón. Y nos tardaremos otro siglo en encontrarlo, a menos que antes aparezca el Buen Ganador.

El Buen Ganador no debe comprar votos, no debe rebasar los topes e gastos de campaña, no debe coaccionar votos a cambio de ayudas oficiales, no debe establecer acuerdos ilegales con los poderes fácticos, como los ilegales acuerdos Televisa Peña. No debe aprovechar la campaña para lavar dólares comprando votos, como el caso Monex. En fin no debe recurrir a instrumentos que resten legalidad, certeza, autenticidad, ni libertad al ejercicio electoral.

Los intelectuales y periodistas que hoy reclaman la calidad del perdedor, apurados quizá por formarse en la fila de los contratos de publicidad del próximo gobierno, deberían reclamar también la calidad del ganador. No pidamos, injustamente,  un “Buen Perdedor”, en ausencia del “Buen Ganador”.


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