miércoles, 31 de enero de 2018

Novela el conde de Gomera o El regreso de Yáñez

Si usted no crecio leyendo las novela de Emilio Salgari pos no tuvo juventud, carajos, mi pesame.  El conde de Gomera es una novela que se fusila personajes de Salgari (ya lo hizo tambien Taibo, toda proporcion guardada).  Los primeros doce capitulos de esta novela los encuentran en  https://novela-condedegomera.blogspot.com/  

Se agradecen los comentarios o mentadas de madre o "feedback" que quieran aportar.  

Mario Quijano Pavon

Extracto


VI.     El Rapto del “Victoria”

 
Bandera de Mompracem
Era en verdad un pintoresco grupo el que observaba el muelle real en Lisboa.  Consistía este de un anciano casi totalmente calvo, un oriental vestido de mandarín, un Brahmaputra gigantesco, y un sequito de diez mongoles armados hasta los dientes.  Afortunadamente, los habitantes de Lisboa, habituados por siglos a ver toda clase de orientales, poca atención les prestaban.

--Aquel europeo panzón vestido con un uniforme rojo ha de ser Lord Charles Brooke, excelencia –dijo Sirdar pasándole unos binoculares a Yáñez.

--Ah sí, tiene una cara de hideputa que me recuerda a la de James.  Está abordando el carruaje que le mando el rey don Carlos.  Y lo seguirán en otro carruaje sus diez cipayos.  Los coraceros de la guardia real los escoltaran a palacio. 

--Bonito buque es el “Victoria” --indico Sirdar apuntando al muelle--.  Y parece que sus calderas están prendidas.  Hay humo que sale de su chimenea. Y veo que la tripulación está llenando sus carboneras.

--Debo admitir que si es un bonito buque –dijo Yáñez a regañadientes--.  Observad que tiene dos timones en popa.  Eso me indica que puede hacer agiles maniobras y esquivar cualquier obstáculo.  En el mástil principal observo alambrado y tal vez tenga comunicación inalámbrica.  Brooke se ha de haber gastado una fortuna en equiparlo.

--Veo dos espingardas, excelencia –indico Sirdar--, una a proa y otra en la popa.

-Excelente.  Espero que no las necesitaremos.  Si en verdad el “Victoria” alcanzo veinte nudos podremos evadir cualquier buque que nos persiga.  Y respecto a las calderas, probablemente Lord Charles quería agua caliente para bañarse.  La razón no importa.  Si sus calderas están prendidas vamos a poder zarpar de inmediato.

--Yo pensaba que los británicos estaban peleados con el agua –comento Sirdar--.  Los que he conocido hedían a mil diablos.

--Si, los británicos son como los franceses, naciones que se autonombran civilizadas, por lo que casi no se bañan –afirmo Yáñez--.  En los calorones del Indostán los británicos suelen sudar gin constantemente pues lo toman como si fuera agua, y afirman que con ese sudor se les formara una cascara que los protegerá de las enfermedades tropicales. Pero sabed Sirdar que no hay nada que huele más horrible que las mujeres de sus misioneros.  Nunca se bañan pues tendrían que desnudarse y eso es pecaminoso para ellas.  No se visten como corresponde al trópico, sino que traen puestos varios corpiños como si en Borneo, país de junglas tropicales, fueran a tener que sobrevivir los inviernos de Escocia. Las podéis oler a leguas de distancia.  Los naturales de Borneo, que son limpísimos pues están acostumbrados a bañarse a diario en los múltiples arroyos de sus selvas, huyen de ellas, no porque odien al Cristo de los europeos sino porque es un suplicio estar en la presencia de misioneros.

--Ah, Sahib, ahora entiendo por qué la mayoría de los dayakos siguen siendo paganos –contesto Sirdar.

--Probablemente para visitar al rey Lord Charles ordeno que se prendieran las calderas para tener agua caliente y lavarse las patas y (Dios quiera) sus partes nobles.  Pero dudo que ese orangután se lave el resto del cuerpo.  Espero que don Carlos tenga un estomago de acero y no se vomite al oler su tufo.

--Sugiero esperemos un par de horas antes de actuar, excelencia –dijo Liu Zhang--. Acordaos que Lakshme todavía tiene que regresar.

--Tenéis razón, hijo mío.  Decidme ¿aprendisteis latín en Inglaterra?

--Vale pater, locuacem latine.

--Le di una bolsa rebosante con rupias de oro a Lakshme para que los tramites se le facilitaran.  Como dijo Agustín de Hipo Regio “per aurea canis oscila”.

--Ah, entiendo, para dar cochupo…con oro baila el perro –tradujo Liu Zhang.

--Conociendo a Lakshme y armada con oro probablemente regresara con patentes que la acreditan como la ministra de salud de Portugal.

Yáñez y su gavilla se sentaron en un café cercano a desayunar y observar al “Victoria”.

--Excelencia –dijo Kang aproximándose a Liu Zhang--, mandadme empalar si mi impertinencia os ofende, pero debéis saber que los muchachos se quejan pues aquí no tienen leche de yak para el té y aquí solo ofrecen lo que llaman café.

--Lo siento, hetman.  Estamos en Europa y esta es una tierra salvaje y llena de bribones –respondió el príncipe--.  Cuidaos en todo momento la cartera, ¿entendéis?  Mejor tomaos el café negro. Es muy fuerte.  Viene de Etiopia, en África.  Sabed Kang que cuando se va a Roma hay que hacer como los romanos.

--Pensaba que íbamos de regreso a oriente y no a Roma, excelencia.

--Es un decir, Kang.

--Hetman –afirmo Yáñez--, había un filósofo alemán (Nietzsche) que decía que aquello que no os mata os fortalecerá.

--¿Era inmortal y fuertísimo ese filósofo, excelencia?  Ciertamente este brebaje negro parece emanado de las chapopoteras que hay en el Asia central y ha de ser letal para los mortales.

--No, hetman, me temo que el tal Nietzche murió loco de remate, infectado de sífilis.  Algo que comió le cayó mal.  Pero os aseguro que no fue café lo que lo mato.

Lakshme hizo acto de presencia.  Traía varias bolsas de las que saco batas de laboratorio, mascarillas, y guantes.

--Padre, hermano, vestíos con estas batas médicas y estos guantes.  El resto de vosotros deberéis de poneros estas mascarillas y estos guantes.

--¿Qué planeas, Lakshme? –pregunto Yáñez.

--Seguidme la corriente.  Padre, os pediré que os hagas pasar por un británico.

--By Jove! –respondió Yáñez, aunque con cierto asco.

Al tratar de entrar al muelle real los detuvo un oficial de la policía portuaria de Lisboa.  Varios de sus hombres rodearon al sequito de Yáñez.  Estos policías estaban armados.

--¿Adónde vais vuecencias?  El acceso al muelle real está prohibido.  Y os pediré que os quitáis esas mascarillas y os identifiquéis.

Lakshme hablaba portugués como toda una hija de Lusitania.

--Ah, capitán, seguro no os han dado parte de lo que ocurrió en palacio –dijo Lakshme mientras sacaba una identificación que la acreditaba como inspectora sanitaria de la junta municipal de Lisboa.

--No, señorita, no me han avisado de nada.

--Soy la doctora de Gomera –explico Lakshme presentando su acreditación--.  El británico, Lord Charles Brooke, el que desembarco aquí esta mañana, sufrió un sincope en el palacio real.  Se sospecha que está infectado de mal de mono traído desde el sureste de Asia.

--¿Mal de mono? –contesto el oficial palideciendo--.  Nunca había oído de eso.  ¿Es mortal?

--Si, es muy contagioso, razón por la que usamos estas mascarillas.  Varios de los cipayos de su escolta agonizan ya en el palacio.  En cuanto mueran, tal vez en una hora más, se quemarán sus cadáveres.  Igual ya se cremaron los carruajes que los llevaron con el rey y el gobierno medita seriamente si se tendrá que mandar quemar todo el palacio real.

--¡Jesús!  Pero ¿el rey está bien? –inquirió el policía.

El rey y los infantes están siendo bañados con aguarrás para tratar de salvar sus vidas.  Decidme, ¿vos y vuestros hombres interactuaron con Lord Brooke o con su escolta?

--Pues... ¡sí!  Fue inevitable.  Lord Charles me saludo de mano.

--Ohmigod! –exclamo Yáñez--. Siento deciros que tal vez todos ustedes sois hombres muertos.

Los policías empezaron a temblar.

--¿Y vos quien sois caballero? –pregunto el oficial.

--Soy Sir Richard Bloodbath, médico asignado a la embajada británica –explico Yáñez--.  God save the Queen!

--No hay tiempo que perder, señor oficial –apunto Lakshme--.  Decidle a la tripulación del yate que se baje aquí al muelle.

--Pero…

--Señor oficial, ¿sois patriota?  --lo interpelo Lakshme--.  ¿Entendéis que si esta enfermedad se propaga en Lisboa miles morirán?  Sabrá Dios si el rey todavía vive.  Por favor obeced.  Tenemos que evitar una tragedia de proporciones bíblicas.

Los policías increparon a la tripulación del “Victoria” y los hicieron bajar.  De pronto se presentó un oficial en el puente del “Victoria”.  Era un joven vestido con el uniforme de la Royal Navy.

--¿Y qué diablos creéis que estáis haciendo con mis hombres?  --demando saber el británico mientras desembarcaba.

--¿Y vos quien sois caballero? –pregunto Yáñez en perfecto inglés.

--Soy Robert Dork, teniente de la Royal Navy asignado al servicio de Lord Charles Brooke y tengo el honor de estar al mando del “Victoria”.

--Yo soy el doctor Bloodbath asignado a la embajada británica en Lisboa.  Esta una emergencia médica.  Doctora de Gomera –le indico Yáñez--, ved su piel y sus ojos.  Creo que está infectado.

--¿De qué diablos se trata esto?

--Señor capitán, por favor, obedeced –le suplico el oficial de la policía portuaria--.  Su buque trajo una enfermedad mortal consigo, lo que llaman mal de mono.

--Abrid la boca, caballero –indico Lakshme mientras lo examinaba--.  Decidme, ¿habéis obrado hoy?

--Si. Sin problema.

--¿No os duelen las articulaciones u oís voces? –pregunto Yáñez.

--¡Nunca he oído voces y mis miembros están vigorosos!

--¿No sufrís de almorranas? ¿Comezón en el ano?  ¿Se os cae el cabello? –añadió Lakshme.

--¡Para nada!  Me siento tan fuerte como un toro.

Lakshme sacudió la cabeza. 

--Típico, doctor Bloodbath, tome nota que el capitán Dork ya tiene la euforia final.

--¿De que diablos habláis? –pregunto Dork con voz trémula.

--Tan joven, que triste –dijo Yáñez sacudiendo la cabeza.

--¿Tenéis mareos? –pregunto Lakshme a Dork--. ¿Podéis beber agua o cualquier otro líquido o estos os causan repulsión?

--¿El mal de mono se parece a la hidrocefalia? –preguntó Dork con asombro.

--Ojalá así fuera –indico Yáñez--.  No sufrirías tanto en la agonía final. Pero responded, ¿tenéis mareos?

Tan alterado estaba ya el británico que respondió que si sentía un mareo y que tenía además nauseas.

--Animo, teniente –afirmo Yáñez--.  Os garantizo que la embajada dará parte a vuestros familiares en cuanto fallezcáis.

--¡Oh Dios!  ¿Estoy desahuciado?

--Doctora de Gomera –indico Yáñez--, me temo que tenemos que tomar medidas desesperadas si vamos a salvar la vida de algunos de estos hombres.

--Escuchadme, todos –indico Lakshme alzando la voz--.  Es necesario que todos ustedes os desnudéis.  Si, todos y aquí mismo. No es hora de andar con falsas modestias, caballeros.

--¡Ea! ¡Ya oyeron a la doctora! –rugió Yáñez--.  Encueraros todos y haced una línea aquí, sí, todos, tanto policías como tripulantes.  Y poned vuestras armas en pabellón.  No las necesitareis más.  Nuestra escolta las recogerá para…desinfectarlas.  Y toda vuestra ropa se tendrá que quemar.

--¿Quiénes son esos chinos? –pregunto con suspicacia el teniente Dork.

--Son la guardia de la embajada –aclaro Yáñez--.  Han venido de Hong Kong pues el embajador, Lord Benjamín Fool, antes gobernaba ahí.  El chino alto es también doctor y es mi secretario.  A ver, doctor Lim Lim, tome usted nota de lo que observe la doctora de Gomera.

Lakshme pasó revista a los hombres desnudos con una leve sonrisa que apenas podía disimular.  De vez en cuando le hacía indicaciones a Liu Zhang en cantones sobre las partes nobles de uno de los hombres y este último hacia como que tomaba nota.

--¡Santo Dios!  ¿Nos vamos a morir? –pregunto con voz lastimera el oficial de la policía portuaria.

--Tal vez no –respondió Lakshme--. Teniente Dork, ¿tenéis aguarrás abordo?

--Por supuesto.  Lo usamos cuando pintamos el yate.  Lord Charles insiste que el buque siempre se vea magnifico.

--Bajad todo el aguarrás que tengáis, teniente, y también estopa –indico Lakshme--.  Frotaos con aguarrás todo el cuerpo, pero tened cuidado de que no os caiga en vuestros ojos.

--¡Nos ardera en los testículos! –protesto Dork.

--Evitad que os caiga ahí el aguarrás.  Si tal ocurre tal vez se os tendrá que castrar –respondió Lakshme--. No os preocupéis. Tenemos bisturís a la mano. El corte no tiene mayor ciencia, tan solo tenemos evitar que os desangréis.

--Damn! –grito Dork.

--Es eso o perder la vida teniente –explico Yáñez.

Se bajaron varios barriles de aguarrás y también estopas y los hombres empezaron a frotarse el cuerpo con este.  Mientras, los mongoles recogían las armas que portaban los policías y la tripulación.  Acto seguido los mongoles y Yáñez y Liu Zhang subieron a bordo del “Victoria” llevando las maletas y toda la impedimenta que traía el portugués.  Sirdar de inmediato y después de mucho buscar se dirigió al cuarto de máquinas.

--¡Un momento! –exclamo Dork--. ¿Qué diablos vais a hacer con mi buque?  ¿Por qué nos habéis quitado nuestras armas?

--Capitán Dork, por orden de don Joao Pomponio, ministro de salud de Portugal, vuestro yate será hundido en alta mar –explico Lakshme--.  Es un buque mortal. El doctor Bloodbath atestiguara su hundimiento y el embajador Fool está enterado y aprueba la medida.  Un buque de la armada portuguesa viaja ya al lugar del hundimiento y recogerá a la tripulación.  Y os desarmamos por precaución.  Sabed, teniente, que si un rifle se disparara o si un alfanje cayera al suelo y al hacerlo emitiera una chispa todos ustedes arderían como teas.  Haced lo que os ordeno no sea que al doctor Bloodbath, que ya sufre de demencia senil, se le ocurra prender un pitillo.  Ahora acostaos por favor y esperad.  El ministro Pomponio ya ha ordenado que vengan ambulancias a recogeros.  Tal vez sobreviviréis, por lo menos unos cuantos lo harán, o por lo menos eso espero.  Postraos, os digo, y tratad de no moveros o de hablar.  Si tal hacéis se acelerará vuestra muerte.  El sol secara el aguarrás eventualmente.

--¿Podemos rezar? –pregunto el oficial de la policía portuaria.

--Solo si lo hacéis en voz queda para no perturbar a los otros –respondió Lakshme.

Pero la advertencia de Lakshme fue inútil.  La mayoría de los hombres estaban ya intoxicados por los vapores del aguarrás.  Algunos reían sin cesar y otros lloraban o se quejaban mientras rezaban a sus deidades en voz alta.
Mientras tanto Yáñez ya estaba en el puente del “Victoria”.

--Hijo mío, ¿veis esas cuerdas que sostienen al yate junto al muelle?

--Si padre.

--Decidles a vuestros hombres que levanten esos amarres para que podamos zarpar.  Luego, ¿veis esa rueda con cadenas en la proa?

--Si padre.

--Haced que vuestros hombres la accionen.  Sirve para levantar el ancla.

--¡Capitán! –indico Sirdar al puente por medio de un tubo que comunicaba con el cuarto de máquinas--.  Creo que tenemos vapor suficiente para zarpar.

--¡Excelente Sirdar!

En eso Yáñez sintió al “Victoria” moverse bajo el impulso de su propela.  Los mongoles todavía no habían quitado las amarras o recogido el ancla.  El muelle se cimbro.

--¡Con un demonio Sirdar!  --grito Yáñez en el tubo de comunicación--.  ¡Esperad a que quitemos amarres y recojamos el ancla carajos!

Del tubo vino un grito de frustración y una ráfaga de maldiciones en bengalí. Pero aparentemente Sirdar logro desconectar la flecha de la propela de las turbinas (aunque no estaba seguro si lograría hacer que se encajaran otra vez). Los mongoles mientras hacían desesperados esfuerzos para quitar los amarres.  Uno era especialmente difícil y lo tuvieron que cortar con hachazos.  Luego Liu Zhang les indico como levar el ancla.

--¿No vendréis con nosotros Lakshme? –indico Yáñez a su hija que estaba viendo la maniobra con una sonrisa irónica pero no hacía nada por abordar al yate.

--Que Kali os bendiga, padre –respondió la joven--.  Buscad vuestro destino.  Regresareis si los dioses así lo quieren. Aceptémoslo.

--¡Cuidaos mucho hermanita! –exclamo Liu Zhang.

--Y vos también, príncipe, que vuestros dioses os sonrían.  Y os suplico, hermanito, que cuidéis de nuestro padre, por favor.  Haced que se abrigue bien y que no tome mucho whisky o que fume mucho.  Ya sé que es tan terco como un rinoceronte, pero intentadlo.

--¡Os necesito Lakshme! –suplico Yáñez--.  Me veo en ti cuando yo era joven. ¿Qué digo?  ¡Por Júpiter que seríais mejor pirata que lo que yo fui!

--Alguien tiene que resguardar el castillo, es decir, Mompracem, padre.  ¿Qué si hay un desembarco británico en Nazare?  Y hablando de este, tengo que socorrer a las viudas de Nazare y revisar nuestros viñedos y mandar sobre los molangos que sirven en el castillo.  Si me voy con vos los amidkanebala harán una matanza entre esos infelices.  Va con Deus, padre.  Esperare vuestro regreso y que me contéis vuestras aventuras.

--¡Adiós hija! ¡Os prometo que os hare emperatriz del Indostán y si no, moriré en el intento!

Lakshme se apresuró a alejarse del muelle donde todavía seguían intoxicados y postrados los policías, el teniente Dork, y la tripulación del “Victoria”.

Las amarras habían sido quitadas y el ancla fue alzada y Sirdar milagrosamente logro conectar la flecha de la propela a las turbinas.  La “Victoria” lentamente se fue alejando del muelle y Yáñez la maniobro para dirigirse a mar abierto.  El silbato de vapor de la “Victoria” se retumbaba pues Yáñez se sentía eufórico y lo accionaba continuamente.  Miles de curiosos dirigieron su mirada al rio donde el “Victoria” emitía bocanadas de humo mientras navegaba el rio.

Yáñez mientras había abierto una de sus maletas y buscaba en esta con afán.

--¿Qué buscáis padre? –pregunto Liu Zhang el cual estaba algo pálido y ya sufría nausea por el vaivén del yate.

--¡Esto! –exclamo Yáñez produciendo una bandera roja con una cabeza de tigre en el centro--.  Mandad izadla, es la bandera de los viejos tigres de Mompracem.  Y ahora seguidme con vuestros hombres a la proa.

Liu Zhang y los mongoles siguieron a Yáñez.  En sus manos Yáñez llevaba una botella de champagne.

--¡Que se pudra la puta reina británica y toda su isla llena de bribones!  --dijo Yáñez mientras rompía la botella en la proa del yate--. ¡De ahora en adelante seréis conocida como “Lakshme”!





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