sábado, 30 de julio de 2016

El Soberano de Anahuac - III - Los Leones del Arco de Neptuno

Nota: esta es una novela en proceso de ser escrita.  Hay 20 capitulos ya y aqui los ire subiendo.  Tambien los pueden encontrar en http://elsoberanodeanahuac.blogspot.com/  Esta novela es la continuacion de El Secreto del Moro.  Si desean el PDF de esa novela tan solo escriban un correo a donmenfis@gmail.com y se los mandare.

Ciudad de Méjico – Tenochtitlan – 1680

Entremos, paciente lector, al convento de las jerónimas.  Este era un edificio de gran tamaño con amplios jardines y cómodos claustros.  No, ahí las monjas y novicias no dormían en cama de piedra como en el convento de las locas de las carmelitas descalzas.  Los claustros son grandes, bien alumbrados, y cómodos.  Cada monja tiene una o más sirvientes y la cocina de este convento es renombrada en todo el reino. Existen además salas donde las monjas pueden recibir visitantes.  Incluso en esas salas toman lugar obras de teatro o conciertos (la orquesta del convento también era muy renombrada).

A pesar de que hay una madre superiora, el motor del convento es Sor Juana.  Ella es la que regentea con mano férrea en la cocina, la que escribe las obras de teatro, y es la que conduce la orquesta y el coro del convento.

Sor Juana tiene también gran reputación de ser excelente cirujana y más de un gentilhombre, herido en un lance causado por los humos del alcohol, ha sido traído a la sala de convalecencia donde ella ejerce y usa con gran habilidad unos instrumentos cortantes que hizo traer desde Levante.  Claro, a veces se le muere a Sor Juana un infeliz, lo cual ella acepta filosóficamente pues “así lo dispuso el Santísimo”.  Además, morir en un convento es conveniente.  Si no se presenta a tiempo el cura a dar la extrema unción, es muy arraigada la creencia que, por morir en tierra santa, la alma no ira derechita a los infiernos.  

Los médicos de la capital de la Nueva España por supuesto no ven con agrado que Sor Juana les haga competencia y que tenga mejor reputación que la mayoría de ellos. Estos fulanos esparcen toda clase de rumores venenosos acerca de Sor Juana.

Por ejemplo, afirman estos envidiosos, que, si nadie reclama el cuerpo del difuntito, cosa común, al cadáver en el convento se le hace autopsia.  Sor Juana, afirman con indignación los envidiosos, no tiene empacho en destazar al infeliz cual si fuera un marrano.  Y es que Sor Juana entrena a las novicias en los misterios del cuerpo humano haciéndoles que palpen y revisen con cuidado las vísceras del difuntito.  Válgame Dios, hasta han dicho los envidiosos que las monjas llevan estas vísceras a su cocina y hacen riquísimos tacos de buche con los restos humanos, en imitación de los antiguos mexicanos a los que Sor Juana abiertamente ha dicho que admira y cuya lengua domina.

Esta práctica de abrirle el buche a un muertito para examinarlo, practica muy socorrida por los médicos hebreos y mahometanos de Levante, gente que se pudrirá en los infiernos por supuesto, no es vista con agrado por la Inquisición.  Después de todo conocer los misterios del cuerpo humano corresponde solo al Santísimo y no a los hombres y peor, ciertamente no a las mujeres. 

Pero no os traje a este convento, paciente lector, para que veáis a Sor Juana y sus monjas hacer carnitas con los restos de un difunto.  Más bien entremos a otra sala dentro del convento de las jerónimas.  Este es el laboratorio que tenía Sor Juana junto a la sala donde recibía visitas.  El lugar contiene mesas de trabajo, gruesos libracos (algunos en griego o latín), alambiques, y demás instrumentos del demonio.  Y en medio se encuentra Sor Juana dictando una catedra a tres novicias.

--Natura en partes tres divisa, animales, plantas, y minerales, si he de imitar al Cesar de la Galia conquistador –explico Sor Juana dibujando un círculo en un pizarrón y seccionándolo en tercios --.  ¿Podéis nombrar en cada caso el principio reproductor?

--Madre, los animales se reproducen a través de su sexualidad –contesto una de las novicias.

--Sor María, ese es el método indicado en verdad –admitió Sor Juana.

--Las plantas se reproducen a través de sus semillas –indico la segunda novicia.

--Cierto, sor Andrea, y es por eso que tenemos florecillas –contesto Sor Juana.

--Perdonadme, maestra –indico la tercera novicia--, que no veo que el azufre al mercurio le haga la corte.  Ni que el carbón solicite al aire ser su consorte.

--Ah, sor Antonia, más sabed que su unión no puede ser más fragorosa –contesto Sor Juana--.  Y su amor se llama el fuego y el oro es el hijo de esa unión amorosa.

--¿Habláis del amor y lo equiparais al fuego? –preguntaron a una las novicias cual coro griego.

--Tal hago y para explicaros vuestra paciencia ruego –contesto Sor Juana.

Sor Juana dibujo una cruz al lado del círculo.

--Atestiguan estas nupcias del carbón y el aire los cuatro elementos del caos: fuego, aire, tierra y agua.  Y son sus méritos el calor, el frio, la sequía y la humedad.  Y si, el carbón es una manifestación de la tierra.  Si entendemos los secretos que esta cruz encierra, seremos los dueños absolutos de la verdad.

Sor Juana las conmino a que observaran un crisol.

--La sabiduría indica madurez –continua Sor Juana-- y esta solo se obtiene a través de la pasión que el fuego induce.  Este actúa sobre los elementos, es decir, la tierra y en su aplicación el fuego mayor nobleza produce.  Tomad por ejemplo este mercurio, el cual a la plata en color imita.  Pero el mercurio es fatuo y nada su camino limita.  Mientras que la plata es tímida y se esconde en entrañas profundas de la tierra.  Y los hombres con muchos trabajos lo extraen de la sierra.  Ese no es del mercurio el caso.  Imaginaos si el mercurio en plata se transmutara.

--¿Es acaso posible que el mercurio a la plata transitara? –preguntaron las novicias.

--Tal es lo que conjeturan los sapientes –índico Sor Juana aventando sales al fuego que alimentaba al crisol y cambiando el color de este--.  Y si del mercurio a la plata llegar se lograra…

--Entonces de la plata al oro no hay más que un paso y si tal se da tal vez veréis  que la inquisición a vuestra maestra arrestara –dijo don Carlos de Sigüenza interrumpiendo la lección.

--Idos os lo ruego –indico Sor Juana a las novicias.

Estas sumisamente se retiraron.

--No vengáis a sermonearme y decirme que les estoy llenando la cabeza de ideas peligrosas a estas mujeres –le dijo Sor Juana a don Carlos.

--Santo Dios que nunca haría tal cosa.  Digo, ¿Qué idea no es peligrosa de por sí?  Toda idea es un soplo divino que se manifiesta en la mente de los hombres.  Es por ello que Prometeo fue castigado, por darles ideas a los hombres.  Y vos haréis tal con estas novicias.  Lo dicho, Sor Juana, tened cuidado.  La Inquisición nos vigila…a todos.

--Ya lo habéis dicho, don Carlos, Prometeo ilumino a los hombres dándoles el fuego.  Parece que hay ciertas limitantes si alguien se atreve a iluminar la mente de las mujeres.

--Sor Juana, os pido humildemente que no castréis más mi modesto intelecto masculino.  Esto lo digo con toda sinceridad.  Sois mi superior en todos los aspectos del intelecto.  Libremente lo admito.  Si no fuera porque estáis enclaustrada bien merecería vuecencia mi silla de catedrático de matemáticas y astrología en la universidad pontificia.  Y yo sería el primero en admitir que la merecéis más que yo.

Sor Juan lo vio con ironía y luego sonrió.

--No tenéis que rebajaos a tal nivel, don Carlos.  Algo buscáis de mi ¿verdad?

--Si, lo admito.  Veréis, tengo un problema con la boca de un cañón.

--¿Un cañón?  Conozco los cálculos de balística –dijo Sor Juana buscando entre los pergaminos que tenía diseminados en el laboratorio--.  Si me avoco a ello creo que podría fundir una pieza semejante al cañón que uso Mehmet II para tumbar los muros de Constantinopla.  ¿Acaso manda el papa tomar Constantinopla?  ¿Se ha proclamado una nueva cruzada?  ¡Honraría mucho a la Nueva España, a Méjico, si fundiéramos tal cañón!

La monja buscaba agitada entre los manuscritos.

--Bueno, meted en cintura vuestro entusiasmo bélico, Sor Juana.  No creo que se haya proclamado tal cruzada.

--¡Pues se debería!  --contesto Sor Juana produciendo unos dibujos de su mano mostrando los planos de un gran cañón--.  Creo que podríamos habilitar el patio norte del convento para forjarlo.  Necesitare carbón, hierro, herramientas, instrumentos de medición, etc., etc.  ¿Cuándo comenzamos?  Creo que lo más complicado será moverlo a Veracruz.  Tal vez se tenga que diseñar una nave específicamente para transportar esta arma a través del mar océano.  También puedo hacer tal cosa…es más, concebí una nave que no estaría a merced de los vientos sino que utilizaría un artefacto similar a los que usaba Hero en Alejandría, es decir, con vapor.  Por aquí tengo los planos…
 
--Deteneos Sor Juana, os lo suplico, antes de que me saquéis los planos de otra armada invencible tripulada por los autómatas de Hero –rogo don Carlos de Sigüenza--.  Sabed que sí, mi problema es un cañón.  Veréis, Sor Juana, don Anselmo Bustos ha amenazado con atarme a la boca de tal y dispararlo si no hago quedar bien a los señores oidores…

Y don Carlos procedió a explicar el homenaje que se requería para dar la bienvenida al nuevo virrey.

--¿Y este don Tomas de la Cerda, vizconde la Laguna, es marino?

--Es Marques de la Laguna y capitán general del mar Océano, del Ejército y Costas de Andalucía.  Y espero que no sea tan bruto como los señores oidores.

Sor Juana sonrió.

--Por menos han acabado en el garrote algunos, don Carlos.  Tenéis razón, toda idea es intrínsecamente peligrosa.

--Sor Juana, a veces tratar de ilustrar a los gobernantes mejicanos es inútil.  No rebuznan porque no saben la tonada.  No os contare de la bronca que se armó con Ovidio y Sócrates cuando se los cite.

--Bueno, don Carlos, nuestros gobernantes no son propiamente mejicanos.  Todos han venido de la península.

--Vos me entendéis.  Acordaros que escribisteis: “¿Qué hechizo derramaron entre mis letras los indios herbolarios de mi patria?”  Vuestra patria, tal habéis insinuado, es Méjico y no España.  Yo no tengo tanto recato y lo digo y lo seguiré diciendo abiertamente.  Y si por ello acabo en el garrote bien valdrá la pena.

--Por el momento tenemos que preocuparnos por la boca del cañón de don Anselmo Bustos y no por el garrote, don Carlos.  Sugiero se erija un arco triunfante a manera de bienvenida.  Y como el nuevo virrey es marino el tema será Neptuno. 

--Si hacéis el plano yo me encargare de que se construya.

Sor Juana quito varios kilos de pergaminos y un restirador apareció como por arte de magia.

--¡Sea!  Dadme tres días para producirlo.  Por supuesto tendrá la proporción aurea en todos sus catetos.

Y en efecto, la obra de Sor Juana fue magnifica.  Se trataba de un arco triunfal adornado con toda clase de elementos clásicos: ninfas, tritones, tridentes, sirenas, etc., etc.

Sor Juana también preparo una elegía que fue leída ante el virrey.  Y este gobernante, a diferencia de los oidores, resulto ser todo un erudito y se deleitó con las referencias clásicas que abundaban, cual pulgas en un perro callejero, en la obra que Sor Juana produjo.  El virrey y su esposa insistieron en que se arreglara una visita a las Jerónimas lo más pronto posible pues deseaban conocer tan brillante intelecto que seguramente sería el adorno de su reinado.

Por supuesto que tanto los oidores como el arzobispado no reaccionaron muy entusiasmados ante la ascendencia que había ganado Sor Juana con los virreyes.

Por su parte, don Carlos leyó una pieza donde hizo una reseña del largo linaje de los reyes de Anáhuac y ahí menciono los méritos de estos.  El virrey oyó esta pieza con gravedad y respeto y prometió que trataría de estar a la altura de los preclaros gobernantes que lo antecedieron.  Igual, hubo desacuerdo entre los oidores que se le reconociera mérito alguno a los indígenas que antes habían gobernado la Nueva España.

--Habrá que sincerarse con el nuevo virrey –dijo el oidor don Diego Ceballos--.  No es menester que se le de tantas alas a la indiada.

--No me corresponde opinar sobre ello –dijo don Anselmo Bustos--.  Mi deber es guardar la integridad del reino.  Creo que el cabildo hizo buen papel con este recibimiento y no tendré que atar a don Carlos de Sigüenza a la boca de un cañón.

Pero después de las fiestas de bienvenida el arco de Neptuno resulto un estorbo a la circulación.  Los arrieros se quejaron con el cabildo el cual resolvió con mucho gusto derribarlo.

Fue entonces que Amaranta regresa otra vez a esta historia.  Ella junto con otros habitantes de la capital se había deleitado en pasear bajo el arco triunfal y estudiar las múltiples esculturas y citas en griego y latín (que por supuesto no entendía pues Amaranta a duras penas sabia escribir su nombre) que lo adornaban.  Para ese entonces Amaranta ya era dueña de un terreno en el muelle de Santo Domingo en el puerto de San Lázaro.  En cuanto comenzaron a derrumbar el arco solicito comprar el escombro y que este se transportara hasta su terreno.  Con esas reliquias Amaranta quería construir una magnifica taberna.

La construcción comenzó bajo la mirada vigilante de Amaranta y progresaba viento en popa, como si hubiera recibido las bendiciones del mismo Neptuno.  Más pronto hubo un problema.

--¿Dónde están los leones que adornaban la base del arco? –pregunto Amaranta a su capataz.

--Ah, patrona, es que una monjita en las Jerónimas insistió en que los llevaran al convento.

--¿Y pos que se cree esa ruca?  Yo quería esos leones para la entrada de mi taberna.  ¿Cómo se llama la fulana?

El capataz se rasco la cabeza.

--Pos creo que es una tal Sor Juana, patrona, quesque fue la arquitecta que diseño el arco.  ¿Usted cree?

--Me vale si fuera la virgen de Guadalupe.  Yo clarito pedí que me mandaran los leones y pague buena plata por ellos.

Y una hora después una furibunda Amaranta se presentó en las Jerónimas.  La novicia encargada de recibir las visitas se le quedo viendo con asombro.

--¿Pos que me ve?  ¿Tengo changos en la cara o qué?  ¿On ta esa tal Sor Juana?  Quiero hablar con ella.

La novicia toco en el laboratorio.

--¡No me interrumpáis!  ¡Estoy a punto de llevar a cabo la transmutación!

--¡Maestra!  Le suplico, abra, ¡por el amor de Dios!

Sor Juana abrió de mala manera la puerta de su laboratorio.  Un humo amarillento salió.

--¿Usted es Sor Juana?  --pregunto Amaranta.

Sor Juana se le quedo viendo fijamente.

--¡Sor María!  Ni una palabra de lo que habéis visto, ¿entendéis? –ordeno Sor Juana a la vez que le indico a Amaranta que entrara a su laboratorio.  La puerta se cerró bruscamente.

--¿A poco sois bruja?  --dijo Amaranta observando los alambiques y diagramas.

--Me han llamado cosas peores.  ¿Cómo os llamáis?

--Soy María Amaranta Cocoxtli y usted tiene mis leones.

--Sentaos –dijo Sor Juana apuntando a una silla.

--¿Qué de mis leones?

--Si los queréis os los daré, no hay problema.  Pero, decidme, ¿alguna vez os habéis visto en el espejo?

--Dicen que no soy de malos bigotes y viera como me andaba cortejando toda la indiada en Chalco.

--Tomad –dijo Sor Juana ofreciéndole a Amaranta un espejo recién llegado desde Europa--.  Sé que los mejicanos tenían espejos de metal bruñido antes de la llegada de los españoles pero la perfección de la imagen no se equiparaba al de los espejos modernos.

Amaranta se contempló con cierta curiosidad.

--Ahora miradme –indico Sor Juana.

--¡Ave María Purísima!  --contesto Amaranta--.  ¡Semos idénticas!

--¿No sois de casualidad de San Miguel Nepantla?  Mi abuelo me han contado era muy chile dulce.

--No soy de ese rumbo, aunque si se dónde está ese pueblo, al pie del volcán.  Yo nací en Chalco.

--No importa entonces.  Escuchad, Amaranta, me interesa cooperar contigo.  Si queréis vuestros leones con gusto os los proporcionare.  ¿A que os dedicas y por qué requerís de los mininos?

--Soy mujer independiente.  Estoy construyendo una taberna con el escombro del arco que vuecencia diseño.

--Ah, eso de ser mujer, y encima independiente, habla bien de vosotros.  Me hubiera encantado conocer mi obra.

--Pues ¿Por qué no va a verla?  Aunque sea en escombros le diré que impone.  Por eso quise hacerme de todo, incluso de los leones.

--Es que estoy enclaustrada.  Acaso me dejan salir cuando tengo que cobrar las rentas del convento y eso lo hago muy vigilada y con escolta.

Amaranta sonrió.

--Pos yo se mas o menos el padre nuestro.


--¿Qué insinuáis?  ¡Oh Dios!  ¡Vade retro Satanás! –se apresuró a contestar Sor Juana aunque también sonreía ampliamente.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario